Internacional

El riesgo de una nueva esclavitud para los trabajadores de Malawi

La historia de Malawi está marcada por la esclavitud y la explotación laboral. Durante siglos, miles de malauíes fueron capturados y vendidos como esclavos, primero por comerciantes árabes y luego por traficantes europeos que abastecían los mercados de Zanzíbar y otras regiones del océano Índico. La trata de esclavos dejó profundas cicatrices en el país, afectando su estructura social y económica de manera irreversible. Hoy, siglos después, la sombra de la esclavitud parece resurgir bajo nuevas formas.

La reciente decisión del gobierno de Malawi de devolver a manos privadas el reclutamiento de trabajadores para empleos en Israel y otros países de Medio Oriente plantea interrogantes sobre la seguridad y los derechos de quienes buscan una oportunidad en el extranjero. El Ministro de Trabajo, Peter Dimba, justificó la medida argumentando que la burocracia estatal había ralentizado el proceso, impidiendo que miles de trabajadores accedieran a empleos prometidos en Israel. Sin embargo, esta apertura al sector privado no solo agiliza los contratos, sino que también podría debilitar la supervisión estatal, aumentando los riesgos de abuso y explotación.

El acuerdo inicial entre los gobiernos de Malawi e Israel proyectaba la exportación de 3.000 trabajadores agrícolas. No obstante, la realidad ha sido distinta: solo 29 personas fueron contratadas, lo que llevó al gobierno malauí a abandonar su rol en la gestión directa del programa. Ahora, el reclutamiento está en manos de agencias privadas que operan con menos controles y cuyo principal interés es el beneficio económico, más que la seguridad y bienestar de los trabajadores.

El peligro de la trata de personas es innegable. La falta de regulación puede permitir que los trabajadores sean enviados a condiciones de explotación extrema, sin derechos laborales ni protección ante abusos. La historia reciente muestra que muchos trabajadores malauíes que viajaron a Israel han abandonado sus puestos en las granjas, en un intento desesperado por encontrar mejores oportunidades o incluso solicitar asilo. Este fenómeno no solo da cuenta de la precariedad de las condiciones laborales, sino que también alerta sobre el uso de la contratación de mano de obra extranjera como una fachada para la explotación moderna.

El caso de Malawi no es aislado. En países como Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, trabajadores africanos y asiáticos han sido sometidos a condiciones laborales inhumanas, con restricciones severas a su movilidad, retención de pasaportes y salarios miserables. La decisión del gobierno malauí de expandir estas políticas de “exportación” laboral a otros países de Medio Oriente solo profundiza el riesgo de que sus ciudadanos caigan en redes de explotación.

La esclavitud no ha desaparecido, solo ha cambiado de rostro. Hoy, en lugar de cadenas de hierro, existen contratos abusivos; en vez de mercados de esclavos, hay agencias de reclutamiento que operan sin transparencia. La responsabilidad del gobierno de Malawi debería ser proteger a su gente, no facilitar su entrega a sistemas que han demostrado ser opresivos. Sin una regulación firme, sin acuerdos bilaterales que garanticen derechos laborales y sin un seguimiento real de las condiciones en el extranjero, esta política no es más que una forma moderna de servidumbre.

El pueblo malauí ya ha sufrido demasiado en su historia. Permitir que se repitan los errores del pasado bajo una nueva fachada no es solo un acto de negligencia, sino una traición a la lucha por la dignidad y los derechos de sus ciudadanos.

Vía Nahuel Hidalgo

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