Delirio mesiánico en el altar: Milei y el pecado de la justicia social
Javier Milei volvió a cruzar los límites, esta vez en un acto público con fuerte tono religioso. Durante la inauguración del templo evangélico “Portal del Cielo” en Chaco, afirmó que “la justicia social es envidia con retórica, y eso es un pecado”. La frase no es nueva, pero el contexto la vuelve más peligrosa: el presidente se presenta ya no solo como líder político, sino como una suerte de profeta antisocial, moralista y mesiánico, decidido a reformatear la cultura desde su visión individualista extrema.
Detrás de su cruzada contra la justicia social hay una lógica clara: destruir cualquier noción de comunidad, de empatía colectiva o de deber social. La justicia social, históricamente ligada a la doctrina social cristiana y a los fundamentos del Estado moderno, es presentada por Milei como un “virus” que corrompe los valores. Sin embargo, lo que en realidad corrompe es el intento de reemplazar el principio de equidad por una ideología de mercado llevada al delirio.
La meritocracia, bandera que Milei ondea con fervor, es una ficción peligrosa cuando se la impone sobre sociedades profundamente desiguales. Hablar de mérito donde no hay condiciones de igualdad es justificar la exclusión con ropaje moral. Es responsabilizar al pobre por ser pobre. Es, en definitiva, legitimar el egoísmo como valor superior.
Más allá del ataque a políticas distributivas, lo preocupante es el componente mesiánico de su discurso. Al declarar que el Estado es un “falso dios” y la justicia social un “pecado capital”, Milei no solo propone un modelo económico: construye un dogma. El líder libertario se ofrece como único redentor de un país al que describe como pecador, corrompido por el colectivismo. Su prédica es peligrosa no solo por lo que niega (la igualdad, la justicia, el Estado de derecho), sino por lo que afirma: un nuevo orden basado en la adoración del individuo como centro absoluto.
La alianza entre fanatismo económico y retórica religiosa no es casual. Es funcional a su proyecto. En vez de discutir con argumentos políticos, Milei convierte sus ideas en verdades sagradas, y a quienes se le oponen en herejes. Esa lógica solo puede derivar en autoritarismo: si uno cree tener la única verdad revelada, el diálogo es inútil y la disidencia se convierte en pecado.
El problema de Milei no es solo su ideología ultraliberal. Es su profunda desconexión con el sufrimiento real de millones. Su rechazo visceral a la justicia social no es teórico: se traduce en recortes, en ajuste, en más hambre. Mientras proclama que “quien no produce no come”, miles de personas pierden sus trabajos, se quedan sin acceso a medicamentos o a la educación.
Y mientras tanto, él predica. Desde los templos, los escenarios o las redes. Como si la salvación de la Argentina dependiera de su fe en el mercado, en el castigo al pobre y en la destrucción del Estado.
Lo que Milei llama “envidia con retórica” es, para muchos, la esperanza de vivir con dignidad. La justicia social no es un pecado. Es una deuda pendiente.
Vía Nahuel Hidalgo