Menos sangre, más complicaciones: el impacto de los drones en la guerra en Ucrania
En ningún otro lugar se percibe con tanta claridad cuánto han cambiado los drones la guerra como en Pokrovsk, Ucrania. En una noche en la que intentan salvar vidas, Maxim, cirujano de la 33ª Brigada del ejército ucraniano, habla con un tono sereno pero contundente. “En mi mesa, ninguno ha muerto”, dice. Pero admite que algunos de los heridos que ha atendido difícilmente pudieron haber sobrevivido más de unos pocos días. Recuerda a un soldado de Kurakhove, con quemaduras en casi todo el cuerpo, el abdomen desgarrado y las vísceras expuestas. Y aun así, otros mueren antes de siquiera llegar a sus manos.
Maxim trabaja en un punto de estabilización, un centro de emergencia ubicado entre el frente de batalla y los hospitales, a unos 20 kilómetros de Pokrovsk, en el Donbás. Su misión es una sola: mantener con vida a los heridos hasta que puedan recibir atención médica más avanzada.
La guerra ha cambiado
Vestido con una camiseta verde oliva, pantalones de camuflaje y sandalias, Maxim explica que las heridas que atiende hoy no son como las de antes. Antes eran amputaciones, piernas o brazos arrancados. Ahora, las heridas son más pequeñas, pero muchas más. “Es por los drones”, afirma.
Para Ucrania, los drones son a la vez su mejor arma y su peor amenaza. Actualmente, cerca del 70% de la destrucción del ejército ruso es causada por drones ucranianos. Son más efectivos que la artillería, los misiles y las ametralladoras combinados. En un contexto donde el apoyo de EE.UU. se ha vuelto incierto y Europa no logra compensar la diferencia, los drones de fabricación nacional son la mejor defensa de Ucrania. El gobierno ha anunciado la compra de 4,5 millones de drones FPV (First Person View) este año, pequeños dispositivos controlados a distancia por soldados en el terreno.
Pero las mismas armas que salvan a Ucrania la atormentan. Rusia también ha perfeccionado su arsenal y ataca la línea de combate y el territorio ucraniano cientos de veces al día con drones. Y aunque son letales, los drones por sí solos no ganan guerras. Mientras Rusia continúe lanzando más misiles, artillería y soldados de los que Ucrania puede contener, el conflicto seguirá.

Pokrovsk, el corazón del Donbás
Son las 21:41 cuando una explosión sacude la base de estabilización. “Iskander”, murmura Maxim, identificando el misil mientras sorbe su té. Unos segundos después, otra explosión, quizás a dos kilómetros de distancia. El edificio tiembla. Los soldados, acostumbrados al peligro, se sobresaltan en sus literas.
Pokrovsk es uno de los puntos más disputados de la guerra. A diario caen soldados, heridos o muertos. Algunos analistas creen que la batalla por esta ciudad podría definir el futuro del conflicto, incluso más que Mariúpol, Bajmut o Avdíivka. La ciudad es un cruce clave de carreteras y vías ferroviarias. Si cae, la defensa del Donbás quedaría gravemente comprometida.
En este escenario, el puesto de Maxim es fundamental. Su ubicación exacta es un secreto, porque si los rusos lo descubren, lo atacarían de inmediato. Hace pocas semanas, un bombardeo forzó al equipo a trasladarse a otro sitio. No pueden alejarse demasiado del frente, porque los heridos necesitan atención rápida. Y aunque la artillería rusa ya alcanza el nuevo refugio, las bombas planeadoras y misiles balísticos también, al menos los drones rusos no llegan. Solo sus víctimas.

Salvar vidas en la sombra de la muerte
A medianoche, la calma regresa. Desde hace una hora no hay explosiones. Los soldados aprovechan para llamar a sus familias o ver películas en sus teléfonos hasta quedarse dormidos. Maxim también se acuesta en su litera. Espera lo que traerá la noche.
Antes de la invasión, trabajaba como cirujano en un hospital de Cherníhiv. Cuando comenzó la guerra, se enlistó voluntariamente en el ejército. “He visto cosas aquí que jamás imaginé en mis años de médico”, dice con un suspiro.

La caza de los drones
Pokrovsk, antes conocida como Krasnoarmiisk (“Ciudad del Ejército Rojo”), tiene una historia marcada por la guerra. En la Segunda Guerra Mundial, nazis y soviéticos masacraron a miles aquí. Hoy, de los 60.000 habitantes que alguna vez tuvo, apenas quedan unos 5.000. Las organizaciones humanitarias que intentan evacuarlos lo hacen bajo constante amenaza.
Los drones rusos atacan indiscriminadamente. Apuntan tanto a soldados como a civiles. Störsender, dispositivos que bloquean las señales de los drones, ya no son confiables, porque los rusos han desarrollado modelos guiados por cables de fibra óptica kilométricos, inmunes a interferencias.
Viajar a Pokrovsk sin un vehículo blindado es una locura, y aun con blindaje, sigue siendo peligroso. A finales de enero, un drone impactó contra un convoy de evacuación ucraniano, atravesando el parabrisas blindado. El conductor, el británico Eddy Scott, perdió un brazo y una pierna.
El peligro ya no es solo físico, sino psicológico. Antes, los soldados sabían que una explosión podía alcanzarlos, pero era un golpe del destino. Ahora, el sonido del zumbido de un drone les avisa que están siendo cazados. La muerte no es aleatoria; los persigue.

Heridas traicioneras
Cerca de las 4:00 a.m., el silencio se rompe. La puerta del refugio se abre de golpe. Gritos. Tres soldados heridos llegan arrastrados por sus compañeros. Estaban descargando madera para reforzar una trinchera cuando un drone los alcanzó con una carga explosiva. Han esperado horas en la oscuridad para ser rescatados, porque de día habría sido imposible.
Es el momento más agitado en el puesto de estabilización. De inmediato, los enfermeros les cortan las ropas ensangrentadas y embarradas. Los llevan a las camillas. Maxim se inclina sobre el primero. Respira. Es otra noche más en la guerra de los drones.
Vía Zeit