Internacional

Haití no necesita caridad, necesita justicia: el clamor de la Declaración Antifascista de Caracas

La historia de Haití es la de una nación que desafió al sistema colonial, liberándose del yugo esclavista para convertirse en un símbolo de dignidad humana y resistencia. Sin embargo, esa gesta heroica le ha costado siglos de represalias, desde la devastadora deuda impuesta por Francia hasta la manipulación geopolítica que perpetúa su crisis actual. Hoy, el silencio de la comunidad internacional no solo es cómplice, sino una herramienta activa en su destrucción.

El pasado 28 de noviembre, el Congreso Mundial Contra el Fascismo celebrado en Caracas fue el escenario de un llamado urgente: “Ante la destrucción de Haití, no más silencio”. La Declaración Antifascista de Caracas, respaldada por delegados de 76 países, no se limitó a denunciar las condiciones deplorables en las que se encuentra Haití; demandó una respuesta global, estructural y comprometida que aborde las raíces de su crisis.

Haití no está simplemente en ruinas por desastres naturales o fallas internas. Está sitiado por las secuelas de un sistema colonial que nunca se desmontó del todo. La deuda de 150 millones de francos impuesta por Francia tras su independencia fue solo el inicio de un saqueo sistemático que se refleja hoy en su extrema pobreza. Este reclamo por afrorreparaciones no es solo una cuestión financiera, sino una exigencia de justicia histórica para desmantelar las cadenas estructurales que aún asfixian al pueblo haitiano.

A esto se suma la intervención extranjera disfrazada de ayuda. Estados Unidos y gobiernos como el de República Dominicana financian el armamento que alimenta la violencia de bandas paramilitares, en un intento velado de desestabilizar aún más al país. En paralelo, el gobierno dominicano ejecuta deportaciones masivas que violan derechos internacionales y tienen claros tintes de limpieza étnica. Estas acciones no son incidentes aislados; son parte de un sistema que busca borrar a Haití del mapa político y social.

El contexto latinoamericano tampoco escapa a esta narrativa. Mientras Haití se enfrenta a su propia lucha contra la opresión neocolonial, figuras como Javier Milei en Argentina representan un resurgimiento del fascismo en la región. La Declaración no vacila en denunciar cómo estas expresiones extremistas legitiman el racismo, la xenofobia y otras formas de violencia estructural que afectan especialmente a los pueblos más vulnerables.

El llamado de la Internacional Antifascista es claro: Haití necesita solidaridad activa, no discursos vacíos. La próxima Conferencia Mundial de la Diáspora Haitiana es una oportunidad para movilizar recursos, construir alianzas y exigir acciones concretas que salvaguarden la soberanía haitiana.

Haití no puede esperar. Su pueblo, que alguna vez liberó a un continente, ahora pide justicia ante siglos de abuso. Frente al silencio internacional, no basta con la indignación. Es momento de actuar. La lucha por la dignidad haitiana no es solo de Haití; es de todos los que creemos en un mundo libre de fascismo, colonialismo y racismo.

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