Dependencia emocional: la espera enfermiza del afecto que no llega
La dependencia emocional, que puede manifestarse desde la infancia, tiene sus raíces en las formas de relación con las figuras parentales. Este patrón se caracteriza por construir expectativas de sanación, redención o cambio hacia alguien que no muestra interés alguno en transformarse, el miedo a quedarse solo incluso en relaciones tóxicas, la satisfacción con migajas de afecto, y la búsqueda constante de aprobación, aunque esto implique someterse a situaciones contrarias a las propias convicciones. Estas dinámicas pueden desencadenar baja autoestima, ansiedad, depresión, vinculación a relaciones abusivas, dudas sobre la propia capacidad de realización y autonomía, además de generar inestabilidad emocional e inseguridades.
Las raíces de la dependencia emocional
Desde la infancia, ciertos comportamientos de los padres o cuidadores pueden sembrar las bases de la dependencia emocional. Padres que amenazan con el abandono, culpan al hijo por sus problemas (divorcios, enfermedades, pérdidas económicas, cansancio, tristeza o elecciones de vida), recurren a la manipulación emocional, descuidan, maltratan, imponen violencia, descalifican los logros, humillan, oscilan en sus estados de ánimo o no respetan las necesidades básicas de cuidado, generan un terreno emocional inestable. Este contexto provoca sentimientos de ambivalencia, mezclando amor, miedo, ira e inseguridad.
Cuando la figura amada ataca, deprecia o descalifica, el niño o adolescente experimenta una combinación de miedo al abandono y una sensación de impotencia. En medio del proceso de desarrollo de identidad, sin la distancia emocional necesaria para identificar el daño infligido, el sujeto internaliza la culpa, creyendo que no es suficiente para merecer amor y que, por ende, las agresiones y la falta de afecto son justificadas.
El resultado es una persona que crece buscando constantemente agradar, cambiar o ganar la aceptación de los demás, aun a costa de su bienestar. Se conforma con relaciones marcadas por la oscilación afectiva, la indiferencia emocional y altas exigencias, desarrollando miedo a provocar conflictos o descontento en figuras de autoridad o personas cuyo afecto busca.
Consecuencias en la adultez
La dependencia emocional puede llevar a la sumisión, la pérdida de identidad y la incapacidad de expresar lo que se piensa o siente. En este estado, se espera pasivamente que el otro decida sobre la propia vida, incluso sobre el fin de una relación tóxica. El temor al abandono, aunque provenga de una relación que daña, refuerza una visión desgastada de uno mismo, con la creencia de que no se merece algo mejor y de que se debe aceptar un entorno hostil.
El apego seguro como alternativa
Según John Bowlby, psicoanalista inglés que estudió el apego y la pérdida, construir un apego seguro brinda la capacidad de expresar emociones, confiar en uno mismo y en los demás, desarrollar una autoestima sólida, defender las propias ideas, resolver problemas y establecer relaciones afectivas saludables. Esto es posible a través de vínculos parentales sólidos, estables y confiables, basados en:
- Conexión con las necesidades del hijo.
- Atención genuina y respeto.
- Diálogo abierto y afectivo.
- Presencia constante y consistente.
- Comunicación honesta, sin manipulación ni amenazas.
- Validación emocional y apoyo en el desarrollo de la autonomía.
Cuando estas bases no se establecen, el impacto puede perdurar toda la vida, dejando al individuo vulnerable a la manipulación de quienes prometen afectos que nunca llegan.
Este texto representa exclusivamente la opinión de la autora ALESSANDRA SILVA XAVIER